Calcinados al paso de la escarcha ―rojiza del destierro de extravíos―, deshojan, a desgarro de porfías, latidos de constancias que se agotan y, crecidas en los fondos de las páginas de libros que no encontrando prólogos con que adornar qué no dicen sus escritos, se mofan y se burlan de qué alienta detrás y a la deriva de escarmientos los albores de recuerdos nunca, jamás, pensados ni sentidos.