Apenas si les llegaban a los ojos los lamentos y a los labios los colores de las voces que elevadas a pedestales oyeron, desde lejos y hasta entonces, antes nunca descubiertos sabores de a miel y a trufas ni rigores de completas horas rezadas a sombras de candiles en alcobas de reverendas augustas recogidas a sus solas.
Llegaban sí, desde el rosa, concurrencias de alebrores que, pálidos, desabridos, no hallaban punto ni hora, ni remanso ni resquicio, por donde salir airosos del encierro tan oscuro, tan estrecho y tan remoto en que habitaron proscritos por no entrar en pormenores de paladares angostos ni de visiones asíncronas.